Omar Chehade, segundo Vicepresidente de la República electo, ha propuesto, a título individual, que Alberto Fujimori sea trasladado de su residencia actual a una cárcel común. Sería una medida justa respecto del hombre que mandó encarcelar, torturar y matar a inocentes, además de culpables. Normal sería que perdiera los privilegios excesivos de que ha estado gozando, y que le han permitido un vigoroso activismo político contra la democracia.
No pide Chehade que se dé un trato cruel al exdictador. Nadie pide eso. En realidad sería sensato que se le brinde un espacio decente, como el que nunca concedió él a ningún preso.
Torpe sería ensañarse con un hombre condenado a 25 años de prisión y que, aunque no padece ninguna dolencia terminal, adolece de males que exigen cuidado.
El Perú de hoy no admitiría que se repita el ensañamiento con que se trató en 1930 al depuesto presidente Augusto Bernardino Leguía, él sí gravemente enfermo, no obstante lo cual se le aprisionó en condiciones crueles. Hasta arrojaron una bomba al cuarto del Hospital Naval al que había sido trasladado.
Eso no, pero tampoco esa cárcel dorada en que Fujimori recibía visitas de día y de noche, y en la cual cultivaba rosas y otras flores, como acaba de relatar Mario Vargas Llosa a El Mercurio de Chile.
El jefe de Vladimiro Montesinos y de Martín Rivas, el hombre que robó a manos llenas, el que vendió los bienes del país a precio de remate (previa coima, desde luego), el que renunció mediante fax al más alto cargo de la República, se burlaba todos los días, con el amparo de Alan García, de la ley y la justicia. En su prisión ficticia había instalado un centro de operaciones político, un jardín de Epicuro donde cultivaba, aparte de rosas, las flores del mal.
En la etapa que se inicia el 28 de julio, será preciso no sólo que se encierre a Fujimori conforme a ley, sino también que se le clausure su centro de operaciones y conspiraciones.
Dado no sólo el pasado criminal de Fujimori, sino también su dirección política tozudamente reaccionaria y antinacional, darle un encierro de alta seguridad sería bueno para la salud de la República.
Un periodista europeo llegado a Lima para informar sobre la elección del domingo me comentó sobre el desastre que acaba de sufrir Silvio Berlusconi. Le ha dolido en particular, señaló, la derrota en Milán, que era su plaza fuerte. “Berlusconi corrompió aun más la política italiana. Compraba diputados como quien compra carneros. Lo triste es que ahora nos amenaza un berlusconismo sin Berlusconi”.
El fenómeno debe ser observado con atención. Los gérmenes patógenos del Fujimorismo sin Fujimori deben ser abatidos. Hay que extirpar cualquier brote de montesinismo sin Montesinos que probablemente hoy, agazapado, prepara un gran asalto.
No pide Chehade que se dé un trato cruel al exdictador. Nadie pide eso. En realidad sería sensato que se le brinde un espacio decente, como el que nunca concedió él a ningún preso.
Torpe sería ensañarse con un hombre condenado a 25 años de prisión y que, aunque no padece ninguna dolencia terminal, adolece de males que exigen cuidado.
El Perú de hoy no admitiría que se repita el ensañamiento con que se trató en 1930 al depuesto presidente Augusto Bernardino Leguía, él sí gravemente enfermo, no obstante lo cual se le aprisionó en condiciones crueles. Hasta arrojaron una bomba al cuarto del Hospital Naval al que había sido trasladado.
Eso no, pero tampoco esa cárcel dorada en que Fujimori recibía visitas de día y de noche, y en la cual cultivaba rosas y otras flores, como acaba de relatar Mario Vargas Llosa a El Mercurio de Chile.
El jefe de Vladimiro Montesinos y de Martín Rivas, el hombre que robó a manos llenas, el que vendió los bienes del país a precio de remate (previa coima, desde luego), el que renunció mediante fax al más alto cargo de la República, se burlaba todos los días, con el amparo de Alan García, de la ley y la justicia. En su prisión ficticia había instalado un centro de operaciones político, un jardín de Epicuro donde cultivaba, aparte de rosas, las flores del mal.
En la etapa que se inicia el 28 de julio, será preciso no sólo que se encierre a Fujimori conforme a ley, sino también que se le clausure su centro de operaciones y conspiraciones.
Dado no sólo el pasado criminal de Fujimori, sino también su dirección política tozudamente reaccionaria y antinacional, darle un encierro de alta seguridad sería bueno para la salud de la República.
Un periodista europeo llegado a Lima para informar sobre la elección del domingo me comentó sobre el desastre que acaba de sufrir Silvio Berlusconi. Le ha dolido en particular, señaló, la derrota en Milán, que era su plaza fuerte. “Berlusconi corrompió aun más la política italiana. Compraba diputados como quien compra carneros. Lo triste es que ahora nos amenaza un berlusconismo sin Berlusconi”.
El fenómeno debe ser observado con atención. Los gérmenes patógenos del Fujimorismo sin Fujimori deben ser abatidos. Hay que extirpar cualquier brote de montesinismo sin Montesinos que probablemente hoy, agazapado, prepara un gran asalto.
Escribe:César Lévano
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