jueves, 21 de abril de 2011

Fue una dictadura de ladrones

Fujimoristas asaltaron la Caja Policial Militar que ya venía débil, con el pretexto de “reorganizarla” y se apropiaron de los fondos de retiro de militares y policías para impulsar empresas constructoras y financieras conducidas por testaferros del poder, a los que luego compraban sus “participaciones” a precios sobrevaluados.

“Esto va a ser una hecatombe. Yo tengo grabados videos desde el 90. Están en Lima y son cerca de treinta mil”, fue lo que dijo Montesinos en la carceleta del Palacio de Justicia, luego de ser traído desde Caracas, donde había sido detenido en junio de 2001.

“Tengo videos en los que aparecen empresarios, diplomáticos norteamericanos, rusos, europeos, que si los saco se producirá una crisis internacional”, insistió el exasesor anticipándose a lo que luego se diría de los WikiLeaks de la diplomacia estadounidense.

“No voy a revelar dónde se encuentran los videos. Ellos son mi seguro de vida. Voy a mostrar los que me interesen, los que sean necesarios y me convengan para negociar la libertad de mi familia”. Y apuntó que fue “el mismo Fujimori quien le ordenó grabar todas las actividades que se realizaban en el Servicio de Inteligencia Nacional para que quedara registro de todo lo que pasaba allí… él estaba enterado de todo”.
Perú septiembre del 2000
En las calles de Lima y provincias, miles de personas celebran el anuncio de Alberto Fujimori ante una cadena de estaciones de televisión informando que se irá por fin del poder al cumplir el primer año de su tercer período de gobierno y que convocará a nuevas elecciones, luego de conocerse el video Kouri-Montesinos que mostró al país cómo se formó la última mayoría parlamentaria del Fujimorismo. El mensaje concluía:

-Y está demás decir que en estas elecciones no participará quien habla.
Casi once años de protagonismo electoral de Alberto Fujimori llegaban a su fin en forma ignominiosa. Lo que no pudieron hacer los miembros del Tribunal Constitucional que declararon inaplicable la “interpretación auténtica” con la que el Congreso de Martha Chávez, Luz Salgado, Martha Hildebrandt, Chirinos Soto, Medelius, Siura, Torres y Torres Lara, y tantos otros, había consagrado que el segundo gobierno de Fujimori era en realidad el primero y que cabía una nueva reelección.

Lo que no lograron los jóvenes universitarios que tomaron las calles contra el abuso; lo que no se pudo resolver con la rebelión contra el fraude en el primer semestre de 2006 y la marcha de los Cuatro Suyos, se selló finalmente con una imagen filmada que el gobernante corrupto ya no pudo ocultar.
Pero ahí nomás ya estaba comenzando el operativo para separar a Fujimori de su asesor, y construir la nueva historia sobre la parte buena y la parte mala del régimen de los 90. Esa versión revisionista que ahora nos llega empaquetada en Keiko Fujimori, que era muy niña cuando el golpe; muy distraída cuando secuestraron a su madre; muy susurrante cuando le recomendó a su padre sacar a Montesinos, pero siguió en el gobierno; muy inocente cuando ayudó a preparar las maletas para la fuga final de su padre, y recibió el encargo de quedarse al frente de la dinastía político-familiar.

Pero la verdad histórica señala que Fujimori instauró por decisión propia un gobierno compartido con Montesinos, expulsado del Ejército por espía y abogado de pasillos que defendía narcos haciendo desaparecer expedientes y vendía información clasificada a los servicios de inteligencia.

Como pasó en otras satrapías, el tipo que recibió el inocuo título de asesor, escondía un ilimitado poder informal que solo podía existir tras una negociación y transacción con el poder formal. Era la manera de poder manejar decisiones que desbordaban los marcos de lo permitido y lograr evadir los sistemas de control y fiscalización.

Lo más grave era además que este sistema de poder de dos pisos, no era desconocido para nadie. Cada vez más el Fujimorismo fue asociando su supuesta eficiencia, su capacidad de alcanzar resultados, a los medios de “inteligencia” que empleaba.

El poder del Doc, estaba a la vista, y es por ello que desde el banquero más poderoso del país, los inversionistas extranjeros, los dueños de los medios de comunicación, los jueces y fiscales, los comandantes generales de los institutos armados, es decir toda la elite económica, política, social y militar lo visitaba y llegaba a acuerdo con él. Fue Dionisio Romero quien mejor sintetizó el porqué de esta atracción fatal:

-Todos sabíamos que conversando con él, lo estábamos haciendo con el poder real.
Y, claro, los bancos necesitan poder real. Por ejemplo para lograr que los interventores judiciales de la empresa Hayduk, cuyos propietarios estaban encausados por narcotráfico, fueran propuestos por el Banco de Crédito, al que la pesquera debía mucho dinero. Una gauchadita para tener un mejor lugar en el momento del pago de las deudas. Pero así son los negocios.

Es decir que si Romero tuvo una relación más que profunda con el gobierno de Fujimori, al punto de comprometerse a vivar por la re-reelección, el contacto para sacar cosas de ese gobierno era a través de Montesinos, que nunca hubiera podido tener un gramo de poder si alguna vez Fujimori hubiera querido ponerlo en su sitio.

Siameses

Lo que sí quiso hacer el dictador con su asesor fue convertirlo en su igual, que era como decir que el país necesita dos presidentes, uno para los actos protocolares y otro para la guerra sucia. Pero iguales, al fin.

Eso es lo que nos transmitieron en la famosa entrevista con Álamo Pérez Luna en el año 1999, a la que acudieron con ternos y corbatas idénticas, hechas por el mismo sastre, con la finalidad de subrayar que nadie era más que el otro cuando estaban justos estos dos.

Años después Toledo y Bush se vestirían con ternos y corbatas de igual color para transmitir el mismo efecto, y García lo haría con Castañeda cuando lo proclamó su candidato favorito y lo quemó para toda la vida.

Pero la identidad en la vestimenta de Fujimori-Montesinos, no solo era una novedad cuando salió al aire, sino un mensaje clasificado, porque se trataba de alguien que si le reclamaban por algo era capaz de decir que no tenía cargo, no era funcionario y no cobraba sueldo establecido, pero al mismo tiempo podía hacer que se cierre el tráfico seis cuadras a la redonda y llegaba rodeado de una guardia mayor que el presidente. No era, pero era, que es una de las claves del Fujimorismo de los 90 y sigue siendo en el actual.

El secretismo y la trampa son las marcas distintivas del método Fujimorista. Y ese sistema está hecho para dominar y para cubrir los actos corruptos. El Fujimorismo vendió más de cien empresas públicas, muchas de ellas de gran valor económico, obteniendo un ingreso final de alrededor de 11 mil millones de dólares (se ha calculado que el valor real era más o menos el triple y que en la subvaluación ya hubo actos de corrupción y comisiones bajo la mesa).

Pero de todo lo que se obtuvo por privatización no hubo una sola inversión de largo plazo que pueda decirse para qué se vendió la empresa de teléfonos o la de electricidad, o se malbaratearon los pozos de PetroPerú.

En el momento que Fujimori se retiró del poder, los fondos de reserva por privatización no llegaban a 500 millones de dólares, pero eran producto de intereses acumulados y no gastados.
Los 11 mil millones se habían ido en la compra con sobreprecio de armas en mercados secundarios, con traficantes como intermediarios; en gasto social sin control con fines re-reeleccionistas, en pagos a comisionistas, estudios de abogados, bancos de inversión, etc.

Pero no se quedaron ahí. Compraron armamento chatarra con sobreprecio, a pesar de las tensiones militares que tuvimos en las fronteras norte y sur. Y su general victorioso purga veinte años de prisión tras haber confesado que su fortuna provenía de las coimas en la compra de armamento, lo que le salvó de ser condenado por presunta relación con el narcotráfico.

Asaltaron la Caja Policial Militar que ya venía débil, lo que aprovecharon para “reorganizarla” y usar los fondos de retiro para impulsar empresas constructoras y financieras conducidas por testaferros del poder, a los que luego le compraban sus “participaciones” a precios sobrevaluados.

Mafia bancaria

Construyeron una mafia bancaria con el grupo Wiese-Sudameris, el Banco República, el Banco de Comercio, el Banco Latino y otros, que movían cuentas de organismos del Estado para tener liquidez y hacer préstamos que luego se inflaban fraudulentamente y permitían arrebatar la propiedad ajena.

Es una tontería definir estos hechos como aislados, suceden en todos los gobiernos, o “fallas que no niegan las cosas buenas del gobierno”.

Lo que hubo en el Perú de Fujimori fue un poder mafioso que se articuló como una inmensa telaraña, y que como en la historia del arzobispo centroamericano, cuando llegaron los reemplazos y ordenaron investigar, descubrieron que la cosa era tan grave y tan profunda que mejor era quemar los papeles y pensar que la noche había acabado y que todo recuperaría su normalidad.
Pero no fue así. La corrupción que no es extirpada hasta la raíz, es como el Cáncer y vuelve a reaparecer. Lo estamos viendo. La mafia se propone regresar y hay poderosos intereses que prefieren el regreso del poder corrupto, antes que ponerse en la situación de tener que renegociar los inmensos privilegios de los que han gozado todos estos años y que son los que han creado la inmensa bolsa del descontento social que se manifestó en las elecciones. Esta historia continuará.

Raúl Wiener
Unidad de Investigación
Diario La Primera

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