La posibilidad de que el fujimorismo en el poder repita su conducta pasada no solo tiene que ver con la composición ideológica de su núcleo (antidemocratismo, militarismo, derecha católica y rastacuerismo silvestre, entre otros), sino con el contexto en que tendría que gobernar. En otras palabras, ¿hay un 1992 en las cartas futuras? ¿Hay un 2000?.
Las emergencias de hoy no son las de entonces. Pero una democracia libre de presiones económicas y sociales no está asegurada. Un gobierno fujimorista, que no parece dispuesto a dar las medidas de corte populista que anuncia Ollanta Humala, inevitablemente heredaría como punto de partida la impopularidad de sus dos antecesores.
Un parecido con 1990-1992 es que el fujimorismo tendría muy serios problemas para reunir una mayoría en el Congreso, y mucho más problemas para un endurecimiento. Alberto Fujimori resolvió esos dos complicados años con alianzas puntuales, mientras Vladimiro Montesinos iba preparando el terreno para el autogolpe que disolvió el Congreso.
Aun si se acepta que llegaría al poder una hornada diferente, con 10 años de convivencia con esta democracia, es necesario aceptar que también lo haría un núcleo duro fujimorista encallecido por 10 años de tozudez y de rencor, y con bastante más experiencia de gobierno que los recién llegados.
No es difícil imaginar la presión de las viejas fórmulas como tentación en el estilo político: sacarle la vuelta al orden institucional, alianzas políticas con sectores militares, hechos consumados. En su extremo este tipo de presiones podrían conducir, aunque a algunos les suene paradójico, a un escenario chavista.
El otro escenario es simplemente una continuación de la secuencia Toledo-García, si la economía lo permite. En ese caso veremos a Jaime Yoshiyama salir a buscar a algunos de los tecnócratas más caracterizados de estos tiempos para mantener la continuidad, con la inveterada esperanza de que el crecimiento mitigue los conflictos sociales.
Este escenario supone la neutralización del fujimorismo más recalcitrante, que vive en permanente trance de cinco de abril. Lo cual supone para la cúpula fujimorista a su vez resolver la cuestión del lugar –físico, político, psicológico– que ocupará Fujimori padre en el poder.
Resumiendo, así como con Humala tendríamos un gobierno amenazado por su propia radicalización, con los fujimoristas tendríamos un gobierno a partir de un momento en permanente peligro de implosión: devorado por las presiones que llevaron a 1992, y luego inevitablemente vencido por las fuerzas que lo derrotaron en el 2000.
Fuente: Diario La República
Fuente: Diario La República
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